martes, 24 de junio de 2008

En Contexto: La diabetes y sus consecuencias




La tecnología permite al hombre viajar y realizar su trabajo sin mayor esfuerzo, lo que sumado a malos hábitos alimenticios como la constante ingesta de comida chatarra, inciden negativamente en los órganos y sistemas del cuerpo diseñados para realizar actividades metabólicas sin las cuales no se podría vivir. Este nuevo estilo, producto de la vida moderna, ha propiciado la proliferación de enfermedades como la diabetes mellitus.

En algunas ocasiones para poder definir algo es necesario partir de lo que no es. Por ejemplo, la diabetes no se produce por recibir una fuerte impresión emocional o susto, sino que sólo acentúa sus síntomas. Tampoco es contagiosa o infecciosa ni se adquiere por relación sexual, besos o abrazos. En realidad, se trata de un padecimiento crónico degenerativo, silencioso e incurable que de no ser atendido oportunamente puede llegar a ser mortal. Pero el control de la enfermedad por la persona afectada depende en mucho de los cuidados médicos y del estilo de vida que adopte.

Las células del organismo requieren de energía para realizar sus funciones, y la obtienen de los glúcidos (azúcares) que poseen los alimentos. Sin embargo, en una persona con diabetes existe dificultad en este proceso de asimilación, lo que origina alteraciones en su metabolismo; es decir, el conjunto de cambios químicos y biológicos producidos continuamente a nivel celular.

Esta deficiencia tiene su origen en algunos órganos del aparato digestivo, el cual es el responsable de procesar y aprovechar los nutrientes de los alimentos ingeridos. Por ejemplo, el hígado transforma grasas, proteínas y minerales en glucosa (azúcar), pero el órgano más estrechamente asociado al desarrollo de este padecimiento es el páncreas, que está conformado por tres tipos de células alfa, beta y gama. Las del tipo beta son las responsables de producir en cantidad y calidad la hormona llamada insulina, que en el torrente sanguíneo actúa como una especie de llave que abre y/o cierra (según se requiera) el paso del azúcar a las células.

Asimismo, la diabetes es clasificada en tipos 1 y 2. La primera se presenta en niños y adolescentes, quienes poseen una baja o nula producción de insulina --insuficiencia originada por un proceso de autodefensa (inmunológico) del propio organismo--, por lo que a diario necesitan el suministro externo de dicha sustancia, llamándolos por ello insulinodependientes.

En cambio, los adultos desarrollan la tipo 2 (aunque también se ha observado en infantes que reúnen los mismos factores de riesgo), debido a un cambio hormonal generalizado que afecta la secreción de insulina, además de otros elementos como sobrepeso u obesidad y antecedentes familiares de la enfermedad. No obstante, ésta puede controlarse con el seguimiento de una dieta adecuada (baja en azúcares y grasas), ejercicio y fármacos.

Entre los síntomas más evidentes que alertan sobre la presencia de la diabetes se encuentran la eliminación de glucosa en grandes cantidades de orina (poliuria), lo que provoca una sensación permanente de sed (polidipsia); polifagia (hambre incontrolable), adelgazamiento y astenia (debilidad). Y quien la sufre también manifiesta problemas frecuentes en la piel y difícil cicatrización de heridas, además de una sensación constante de hormigueo, adormecimiento o entumecimiento en manos y pies.

De no tomar las debidas precauciones y cuidados, la diabetes a mediano y largo plazo daña diferentes órganos, sobre todo los directamente relacionados con los sistemas nervioso y circulatorio, incrementando la posibilidad de sufrir un infarto o accidente cerebrovascular; problemas de visión (retinopatía diabética), disfunsión hepática e incluso impotencia sexual.
Una diabetes sin control adecuado tendrá serias consecuencias en el individuo, como amputación de alguna o varias de sus extremidades (manos, pies) debido al daño interno que tienen los capilares sanguíneos más pequeños, o por infecciones y hongos. Asimismo, un paciente podrá llegar a necesitar un trasplante de hígado, y en los casos más extremos presentar un coma diabético que lo conduzca a la muerte.

Quienes padecen esta enfermedad deben adoptar un estilo de vida sano, incluir un monitoreo de los niveles de azúcar en la sangre después de la ingesta de alimentos (picos postpandriales), realizar obligatoriamente ejercicio, seguir un dieta balanceada, tomar medicamentos y usar insulina, todo ello con el fin de evitar las terribles complicaciones.

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